jueves, 9 de marzo de 2017

MENOS CULPA MENOS ENFERMEDADES



La apatía:La apatía es una total resignación, sentir que no se puede salir de la situación problemática pese a recibir ayuda. Es una muerte emocional donde todo es demasiado tarde para la persona y se encierra en un no puedo constante. 

La persona con apatía siente una derrota total, una incapacidad total para hacer algo y por eso muchas veces vive de prestaciones sociales. La mente está bloqueada con sentimientos de incapacidad  e indefensión  que les lleva a la depresión, al victimismo a la manipulación de los demás. Espera que los demás se  muevan pero el no.

Una solución es dejar de ayudar al apático. Hay que dejarlo solo aunque suene duro. No hay que prestar atención a su actitud, ya que debe aprender a moverse y solo allí podremos ayudarlo. Muchas veces el inmovilismo es el temor al qué dirán. Ese es el miedo que le paraliza en el fondo.

La apatía bloque el sistema nervioso y por esa razón surgen los dolores musculares y articulares. Los apáticos tienen problemas osteoarticulares, porque no viven sus vidas, sino la de los demás.

Los apáticos deben aprender a pensar también en los demás. Ellos deben saber que nosotros también necesitamos de ellos, de su vida, de sus sonrisas, de sus palabras, de su colaboración. Si la apatía continúa viene la depresión.

La culpa: Es uno de los sentimientos más oxidantes que existe. Se encuentra detrás de todo. Es un buen instrumento para caer en la excusas. La culpa siempre es proyectada hacia los demás o hacia uno mismo. Tiene una gran fuerza inmovilizadora, por eso siempre está detrás de la apatía.

La culpa nos hace creer que siempre hay una forma de hacer las cosas y si no sale como queremos debemos encontrar un culpable. Frente a ello, debemos recordar que a veces hay cosas que no están dentro de nuestras manos y que las cosas pasan y escapan a nuestra comprensión.

La culpa siempre nos dice que somos inocentes, somos víctimas de la situación. Esta forma de pensar solo nos infantiliza, nos desconecta de nuestro interior y nos hace pensar que lo que ocurre no está en nosotros.

La solución está en no culpar, ni de culparse, ya que cada uno tiene una forma de vivir y no debe sentirse culpable. Muchos de quienes culpan son egoístas porque quieren hacernos sentirnos culpables y hasta se enferman para demostrarnos cuan culpables o malos somos con ellos.

Lamentablemente en las relaciones se usa mucho la culpa para conseguir que el otro haga lo que queremos y terminamos diciendo: “Si me quieres no vayas a ese lugar”. 

Los sentimientos de culpa paralizan a la persona, por eso debemos evitar quedarnos en ese estado. Debemos dejar de decir: “No quiero hacerle daño, no quiero que sufra” o “Si no le cuido yo, quien más lo hará?” Debemos evitar activar sentimientos de culpa. No lo hagamos más si esta ha sido nuestra práctica de vida.

En el fondo cuando tomamos esa actitud, lo que estamos haciendo es pedir auxilio para que alguien nos ayude. Lo que en el fondo hay en la culpa es sentimiento de desvalorización, miedo a quedarnos solos, a ser abandonados. Por eso, la persona actúa así, se siente cuidadora de los demás, siempre busca a alguien a quien cuidar.

La culpa goza mucho de aprecio social. La gente nos hace sentirnos culpables y nosotros debemos asumir esa culpa porque de no, somos calificados como insensibles y deshumanizados. Y es más, si no pedimos disculpas somos unos mal educados.


Culpar alimenta el ego. Por eso debemos dejar de culpar y entender que las cosas son como deben de ser y nada más. Solo allí encontraremos la paz. Si no dejamos de culpar o culparnos resentiremos el cuerpo y vendrán las enfermedades. Guardar resentimientos y culpas contra otros provoca males en el cuerpo, ya que mente y espíritu no están en paz. 

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