La apatía:La apatía es una
total resignación, sentir que no se puede salir de la situación problemática
pese a recibir ayuda. Es una muerte emocional donde todo es demasiado tarde
para la persona y se encierra en un no puedo constante.
La persona con apatía
siente una derrota total, una incapacidad total para hacer algo y por eso
muchas veces vive de prestaciones sociales. La mente está bloqueada con
sentimientos de incapacidad e
indefensión que les lleva a la depresión,
al victimismo a la manipulación de los demás. Espera que los demás se muevan pero el no.
Una solución es dejar de ayudar al apático. Hay que
dejarlo solo aunque suene duro. No hay que prestar atención a su actitud, ya
que debe aprender a moverse y solo allí podremos ayudarlo. Muchas veces el
inmovilismo es el temor al qué dirán. Ese es el miedo que le paraliza en el
fondo.
La apatía bloque el sistema nervioso y por esa razón
surgen los dolores musculares y articulares. Los apáticos tienen problemas
osteoarticulares, porque no viven sus vidas, sino la de los demás.
Los apáticos deben aprender a pensar también en los demás.
Ellos deben saber que nosotros también necesitamos de ellos, de su vida, de sus
sonrisas, de sus palabras, de su colaboración. Si la apatía continúa viene la
depresión.
La culpa: Es uno de los sentimientos
más oxidantes que existe. Se encuentra detrás de todo. Es un buen instrumento
para caer en la excusas. La culpa siempre es proyectada hacia los demás o hacia
uno mismo. Tiene una gran fuerza inmovilizadora, por eso siempre está detrás de
la apatía.
La culpa nos hace creer que siempre hay una forma de
hacer las cosas y si no sale como queremos debemos encontrar un culpable.
Frente a ello, debemos recordar que a veces hay cosas que no están dentro de
nuestras manos y que las cosas pasan y escapan a nuestra comprensión.
La culpa siempre nos dice que somos inocentes, somos víctimas
de la situación. Esta forma de pensar solo nos infantiliza, nos desconecta de
nuestro interior y nos hace pensar que lo que ocurre no está en nosotros.
La solución está en no culpar, ni de culparse, ya que
cada uno tiene una forma de vivir y no debe sentirse culpable. Muchos de
quienes culpan son egoístas porque quieren hacernos sentirnos culpables y hasta
se enferman para demostrarnos cuan culpables o malos somos con ellos.
Lamentablemente en las relaciones se usa mucho la culpa
para conseguir que el otro haga lo que queremos y terminamos diciendo: “Si me
quieres no vayas a ese lugar”.
Los sentimientos de culpa paralizan a la persona, por eso
debemos evitar quedarnos en ese estado. Debemos dejar de decir: “No quiero
hacerle daño, no quiero que sufra” o “Si no le cuido yo, quien más lo hará?” Debemos evitar activar sentimientos de culpa. No lo hagamos más si esta ha sido nuestra práctica de vida.
En el fondo cuando tomamos esa actitud, lo que estamos
haciendo es pedir auxilio para que alguien nos ayude. Lo que en el fondo hay en la culpa es
sentimiento de desvalorización, miedo a quedarnos solos, a ser abandonados. Por
eso, la persona actúa así, se siente cuidadora de los demás, siempre busca a
alguien a quien cuidar.
La culpa goza mucho de aprecio social. La gente nos hace
sentirnos culpables y nosotros debemos asumir esa culpa porque de no, somos
calificados como insensibles y deshumanizados. Y es más, si no pedimos disculpas
somos unos mal educados.
Culpar alimenta el ego. Por eso debemos dejar de culpar y
entender que las cosas son como deben de ser y nada más. Solo allí
encontraremos la paz. Si no dejamos de culpar o culparnos resentiremos el
cuerpo y vendrán las enfermedades. Guardar resentimientos y culpas contra otros
provoca males en el cuerpo, ya que mente y espíritu no están en paz.
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