Cada persona tiene
algo valioso, algo hermoso en su interior. Es
lo que le suelen llamar amor y está dentro de cada corazón. La capacidad de
amar surge de allí, surge de lo profundo del ser. Si el ser humano sacara ese
valioso tesoro no tendría tantos conflictos.
Pero los golpes de la
vida, las injusticias, las crisis, hace que se cubra con muchas defensas. La
persona endurece su corazón y con mucha razón. Es natural que se defienda, es
normal que tenga miedo, que se enoje, pero si se la persona se deja llevar por
mucho tiempo por lo más oscuro de su
corazón, terminará dañando su vida y la de los demás. También terminará enfermando
físicamente.
Por eso es importante
volver al interior del alma, a nuestra
parte más íntima donde está el espíritu para sacar lo mejor de nosotros, sacar
ese tesoro escondido.
¿Cómo lograr llegar al interior? ¿Cómo alimentar nuestro
espíritu?
La meditación y la oración:
Estas dos herramientas puede ayudarnos a
despertar el ser que somos interiormente. La meditación da fuerza psicológica,
concienciación, intuición, visión. Nos permite superar los miedos, las
distracciones de la mente, nos permite estar despiertos y libres. Nos libera
del peso diario que llevamos y de nuestro historial personal.
Cuando hablamos de
meditación hablamos de reflexión interna. De mirar hacia dentro y preguntarnos
quién soy, qué quiero, a dónde quiero ir.
Contemplación: Hay que saber estar
presente y mirar lo que está a nuestro lado.Trabajar la dimensión
espiritual da sentido a la vida, al menos si queremos empezar a sanar nuestra psiquis. Si no se
trabaja el alma, nos puede traer graves enfermedades como el cáncer, hipertensión
arterial, depresiones, migrañas, cáncer, artrosis, artritis, etc.
Todos debemos vivir
la dimensión espiritual, infinita y profunda, ya que ayuda a organizar de forma
coherente la existencia. Hemos sido acostumbrados a mirar solo fuera, pero no
nuestro interior.
Casi nunca nos
adentramos en lo más profundo de nosotros y por eso dejamos de experimentar lo
que somos. Al no saber cómo adentrarnos en nosotros mismos, tenemos dificultad
de adentrarnos en la dimensión
espiritual de las personas que están a nuestro lado.
Para descubrir
nuestro interior, para llegar a lo más profundo necesitamos del silencio. Solo así podremos investigar si cada
motivación tiene sus raíces en el lugar más profundo del corazón, en la bondad
del corazón.
Debemos aprender a preguntar:
¿Quién soy?
¿Quién sufre?
¿Quién se angustia?
Debemos buscar en lo
profundo de nosotros mismos a ese “quién”
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Hay que aprender a identificar esos pequeños
momentos de vida que nos dan conocimiento de nuestra presencia en este mundo.
Se necesita de mucha madurez para aceptar nuestras tristezas y deseos, los
pensamientos que acuden a nuestra mente, el dolor y la muerte.
Hay que sentir
que frente a todos esos dilemas de la vida, hay una raíz de fe en algo bello que
hay dentro de nosotros. Descubrir esa paz profunda y sincera, serena y sumisa, hace
que se instale en nuestro interior.
En alguna parte nos
perdemos, en alguna parte nos confundimos y dejamos de ser lo que
verdaderamente somos. Encuentra nuevamente el camino hacia lo mejor de ti.
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Oración: Al interiorizar, al
realizar la oración, nos encontramos con
la felicidad de nuestra vida. Debemos crear nuestro camino, un sentido, una forma de vivir, una
apertura a la conciencia, una oración, la
vía del conocimiento profundo del alma.
Cuando aprendemos a
reflexionar, cuando nos hacemos preguntas sobre qué queremos ser y qué estamos
haciendo con nuestra vida, surge la paz,
la claridad, el amor, aspectos que revelan la salud del espíritu y que llevan a
una mejor disposición para el bienestar físico.
Atención plena: Simplemente hay que
estar atentos al momento presente, sin emitir juicios de valor, integrando de
esta manera cuerpo y mente. La práctica de la vida permite que el ser
individual se conecte conscientemente con
la fuente de la vida que es Dios.
Esta conexión hace desaparecer la sensación de
carencia, el miedo a la enfermedad, a la vejez, a la muerte, o el miedo al cambio. Se reduce el
apego individualista y se disuelve el concepto de yo separado.
El objetivo principal
de la meditación es ayudarnos a despertar el ser que somos. La meditación
consiste en conectarnos, a través del silencio, con lo infinito de nuestro ser
interior. Se requiere de fe y determinación inquebrantable. Tenemos momentos de
luz y de sombra. Es así que esta tejida nuestra vida. La verdad del ser siempre
se manifiesta. Hay que saber captar esta verdad del momento en todas las
circunstanciadas.
Frase:
“De eso que llamamos
Dios no podemos separarnos ni tan solo en el instante de un parpadeo”.
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Nuestra historia está
llena de dolor, de sombras que nos impiden llegar al fondo de nuestro corazón.
Pero al profundizar en lo que somos nos volemos humildes y tenemos una nueva
capacidad de apertura. El apaciguamiento, la integración, la liberación del
pequeño yo hace posible que las
emociones se vuelvan transparente, la percepción se aclara y una nueva sabiduría
de la vida se implanta en el corazón.
Solo desde la
reflexión y la oración, los pensamientos obsesivos, las sombras, se van
disolviendo mientras que la conciencia gana en profundidad y amplitud, nos
volvemos cada vez más equilibrados y armónicos.
Una de las barreras
que nos afecta es la barrera del miedo. El miedo irracional que aparece cuando
nuestra conciencia da un paso más allá de si misma. Este miedo brota del
desconocimiento que tenemos de nosotros mismos.
Es imposible saber
quién soy si niego algo que me pertenece.
Tenemos que estar abiertos a conocernos en todo lo que somos, con nuestras luces y sombras. Saber mirar el
árbol de nuestros errores, de todas las emociones que nos secuestra, libera
nuestra energía.
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Nos olvidamos que
somos espirituales que necesitamos alimentar esta parte de nuestra vida.
Necesitamos alimentarnos para fortalecer está área que nos da fuerza y gran
confianza. Ni el mundo de emociones
puede alterar esta parte de nuestro ser cuando lo fortalecemos en el día a día.
Debemos volver a nuestra parte espiritual, debemos volver a nuestra casa.
Desarrollar el poder de la aceptación:
Solo quien acepta la realidad profunda
de sus ser, entiende el verdadero sentido que tiene todo en la vida. La
comprensión de la realidad no es indiferente, ni la aceptación es resignación.
Lo real es que quien ha comprendido es porque conoce el poder de la aceptación.
Tenemos que
comprender que la vida tiene como propósito el desarrollo de la conciencia y
del reconocimiento que las leyes que rigen el universo son una manifestación
divina. Cualquier circunstancia cumple un propósito de amor.
Hay momentos que,
ante la indefensión del ser humano en el mundo, ante el dolor y la
limitación, solo cabe rezar.
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